La investigación del Objeto

A la mañana siguiente el doctor estaba absorto en la lectura de una novela de Bulwer-Lytton, específicamente “Los Últimos Días de Pompeya”. Con voz solemne, recitaba un pasaje del capítulo en el que Nydia, la joven ciega, se encuentra en el templo de Isis, buscando consuelo en la diosa antes de los catastróficos eventos que devastarían Pompeya:

“¡Oh, Isis, gran diosa de los misterios! ¡Tú que puedes caminar con pasos tan rápidos como el viento y cuyo ojo todo lo ve en las profundidades de la tierra! ¡Escucha, oh, escucha a tu sierva! La ceguera me rodea, la oscuridad está a mi alrededor, pero en mi alma hay un fuego que arde sin cesar, una llama de deseo y anhelo. Dame, oh, dame luz, oh, diosa, para guiar mis pasos en la noche eterna que me rodea. Que tus poderes mágicos me protejan de todo mal, y que tu sabiduría infunda claridad en mi mente confusa. ¡Oh, Isis, escucha mi súplica y ten piedad de tu humilde sierva!”

El doctor levantó la vista de las páginas, sus ojos brillando con la intensidad de la prosa y la profundidad de la devoción expresada en las palabras de Nydia.

El crujido del piso de madera anunció la llegada de Helga a la sala de estar. Su presencia, como un halo de silenciosa autoridad, llenó el espacio, mientras que el aroma de su perfume floral impregnaba el aire con una elegancia sutil pero penetrante. Con pasos medidas y una expresión serena, Helga ingresó, su mirada escudriñando la habitación con una mezcla de curiosidad y determinación, como si estuviera evaluando cada detalle con una atención meticulosa. Su presencia no pasó desapercibida, y una quietud respetuosa pareció caer sobre la estancia.

“¡Buenos días, Helga!” saluda con calidez. “Gracias por traer el encargo. Espero que tu descanso haya sido reparador.”

Helga devuelve la sonrisa con un gesto amable, aunque una sombra de preocupación parece oscurecer su rostro por un instante. “Buenos días, doctor”, responde con cortesía. “Sí, descansé lo suficiente, gracias. ¿Necesita algo más antes de que comience con mis labores de estudio que me sugerido?”

El Dr. niega con la cabeza. “No, no por ahora. Estoy bien, gracias. Pero antes de que te pongas a estudiar, quiero decirte que realmente aprecio tu ayuda.”

Helga asiente con gratitud, aunque una sensación de intriga comienza a palpitar en su interior. Sin embargo, decide no abordar el tema por el momento, optando por la discreción y la prudencia. “De nada, doctor. Si necesita algo más, no dude en decírmelo”, responde con una leve inclinación de cabeza antes de retirarse para comenzar sus labores del día.

Helga estaba sentada sola en la mesa del comedor, con una taza de café frente a ella, leyendo un libro de poesía griega los “Poemas líricos” de Safo mientras removía la bebida con una cucharilla. El sol del mediodía se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, bañando la habitación con una luz cálida y reconfortante. De repente, el sonido de pasos resonó en el suelo de madera, y Helga alzó la vista para ver a Klaus Richter acercándose con una sonrisa burlona en los labios. Su presencia, como un rayo de intrusión no deseada, interrumpió la tranquilidad de Helga. Aunque sabía que no podía evitarlo, el mero hecho de su presencia la incomodaba. Sin embargo, su orgullo y machismo le impedían a Richter dejarla en paz, y se acercó a la mesa con una actitud desafiante, dispuesto a acompañarla en su desayuno a pesar de la evidente falta de confianza por parte de Helga.

Richter rompe el silencio, su voz grave y serena resonando en la habitación. “Helga, ¿has notado cómo el Dr. ha muy raro últimamente? lleva dias sin preocuprase de la situacion en el campo de batalla.”

Helga asiente con seriedad, su mirada encontrando la del Capitán. “Lo sé, Richter. Debe de tener cosas mas importantes en que pensar”, reflexiona en voz alta. Pero sabemos que lo que estaba en esa bolsa es importante, ¿verdad? ¿Alguna idea de qué podría ser?” Sus palabras llevaban consigo un subtexto claro: estaba tratando de sacarle información a Richter, esperando que su astucia y su orgullo pudieran llevarlo a revelar algún detalle relevante sobre el misterioso contenido de la bolsa. La tensión en la habitación era palpable, cada palabra pesaba como plomo en el aire enrarecido.

Richter frunce el ceño, sus ojos azules brillando con determinación. “No lo sé con certeza, pero algo me dice que es algo importante”, responde, con la mirada fija en Helga. “Parece ser una pieza de algo, pesado y tal vez de mucho valor”, añade, dejando entrever un destello de intriga en su expresión.

Después de que Helga lanzara su pregunta, los pensamientos de ambos divergían en direcciones opuestas. Mientras Helga se sumergía en el enigma y la importancia de la información contenida en la bolsa, su mente trabajaba incansablemente para desentrañar el misterio y anticipar las posibles ramificaciones de lo que pudiera descubrir. Cada detalle, cada pista potencial, se convertía en un hilo que ella intentaba seguir hasta encontrar la verdad oculta.

Por otro lado, en la mente de Richter, el dinero era el principal motor. Su mente urdía estrategias para sacar provecho de la situación, planeando maneras de rentabilizar la información que tenía en su poder. Para él, los secretos del doctor representaban una ventaja y, sobre todo, una oportunidad para obtener beneficios personales. La perspectiva de vender datos confidenciales y obtener ganancias económicas lo impulsaba más que cualquier reflexión sobre la importancia o el significado de lo que estaba en juego.

Poco después, el Capitán Richter se adelanta, con una mirada seria fijada en Helga. “Es vital que comprendas algo. Nuestra misión es salvaguardar los intereses del Imperio Alemán, cierto, pero además nos encontramos inmersos en una indagación excepcional a cargo del Dr. No tiene que ver con toda esa palabrería acerca de los hombres y nuestros orígenes, pero confío en que tenga algún valor.”

Helga asiente lentamente, absorbida por las palabras del Capitán. “Lo entiendo, Karl. Pero, ¿cómo encaja todo esto en lo que estaba en la bolsa? ¿Y por qué todas las pistas nos han llevado a Łódź?”, el Capitán se queda un poco serio ya que nunca es nombrado por su nombre propio y menos por una mujer se pasa la mano por el cabello, su expresión reflexiva. “Esa es la pregunta, ¿verdad? No lo sé con certeza, pero hay algo en esta ciudad que el Dr. considera crucial para nuestro propósito.

Helga frunce el ceño mientras saborea su comida, su gesto reflejando disgusto. “Łódź”, murmura con desdén, “¿Por qué tendríamos que estar aquí? Es una ciudad aburrida, sin nada que ofrecer. Deberíamos estar en Viena, donde realmente suceden las cosas importantes.”

Richter levanta la mirada, su expresión neutral. “Helga, no subestimes el valor de este lugar. El Dr. tiene sus razones para habernos traído aquí, y debemos confiar en su juicio.”

En el interior de Karl Richter, una tormenta de pensamientos y dudas azotaba con fuerza. No entendía por qué la protección de Łódź era tan vital para su misión. ¿Qué tenía esta ciudad que la hacía tan importante? Era un lugar común, una ciudad industrial en medio del Imperio Austrohúngaro, nada más.

Miró a Helga mientras ella expresaba su disgusto por estar en Łódź. En cierto modo, compartía su frustración. Él también preferiría estar en Viena, donde la vida era más vibrante y emocionante. Pero las órdenes eran claras y debían ser obedecidas.

Aun así, no podía evitar cuestionar la lógica detrás de su asignación. ¿Por qué Łódź? ¿Por qué ellos? Había tantas otras ciudades que podrían necesitar su protección, tantos otros lugares donde podrían hacer una diferencia real.

La ciudad no tenía nada especial, al menos no a primera vista. No era un objetivo estratégico, ni un centro de poder político o económico. No había ninguna razón aparente para que fuera un objetivo para sus enemigos.

¿Sería posible que el Dr. Von Braun supiera algo que él no sabía? ¿Habría descubierto algún secreto oculto en las profundidades de Łódź que los demás ignoraban? La idea parecía improbable, pero no podía descartarla por completo.

Recordó la bolsa que Helga había traido al Dr. Von Braun el día anterior. El peso y la forma del objeto sugerían que contenía algo valioso, algo que el doctor consideraba crucial para su investigación. Pero, ¿qué relación podía tener con Łódź?

Pero lo que más le desconcertaba era la actitud del doctor. Había una urgencia en sus acciones, una intensidad en su mirada que no había visto antes. Como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento crucial, o como si estuviera al borde de un precipicio, listo para dar el salto.

El capitán Karl Richter no conocía bien al doctor Ernest Von Braun. La única interacción que había tenido con él había sido cuando el doctor lo buscó para que lo protegiera después de la defensa de la ciudad. Pero ¿por qué él? Esa era la pregunta que atormentaba a Richter. Había muchos otros hombres en su rango, muchos otros soldados más capaces y experimentados. ¿Por qué el doctor había insistido en que fuera él quien lo protegiera?

Karl se había forjado una reputación de ser un soldado leal y competente, pero no era especialmente destacado. Había muchos otros hombres en su rango con más experiencia y habilidades superiores. ¿Por qué entonces el doctor había insistido en que fuera él quien lo protegiera? ¿Había algo más en juego?

Richter no podía evitar sentirse intrigado por el doctor Von Braun. A pesar de su apariencia frágil y su aire académico, había algo en él que sugería una fuerza oculta, una determinación férrea que era difícil de ignorar. Era evidente que el doctor estaba obsesionado con algo, algo que estaba dispuesto a proteger a toda costa.

Pero, ¿qué era eso? ¿Qué podía ser tan importante para el doctor como para poner su vida en peligro? ¿Y por qué había elegido a Richter para protegerlo?

El Capitán Richter pasó horas reflexionando sobre estas preguntas, pero no llegó a ninguna conclusión satisfactoria. No podía entender por qué el doctor Von Braun lo había elegido, ni por qué parecía tan desesperado por proteger lo que sea que estuviera en esa bolsa.

A medida que pasaba el tiempo, comenzó a sentir una creciente sensación de inquietud. Había algo en la situación que no le gustaba, algo que le hacía sentir incómodo. No podía quitarse la sensación de que estaba siendo utilizado, de que era simplemente un peón en un juego más grande que no entendía.

Y aún así, a pesar de sus dudas y sospechas, Richter sabía que no tenía otra opción. Tenía una misión que cumplir, y haría lo que fuera necesario para llevarla a cabo. Después de todo, era un soldado, y su deber era obedecer las órdenes, sin importar cuán extrañas o inexplicables parecieran.

Por ahora, todo lo que podía hacer era esperar y ver cómo se desarrollaban las cosas. Esperar a que el doctor Von Braun revelara sus verdaderas intenciones, a que explicara por qué había elegido a Richter para protegerlo. Hasta entonces, Richter sólo podía seguir haciendo su trabajo, protegiendo al doctor y tratando de desentrañar el misterio de lo que estaba sucediendo.

Mientras estas preguntas giraban en su cabeza, Karl Richter se obligó a sí mismo a centrarse en la tarea que tenía entre manos. Independientemente de sus dudas y preocupaciones, tenía un trabajo que hacer. Y lo haría lo mejor que pudiera, por el bien del Imperio Alemán.

Por ahora, todo lo que podía hacer era confiar en el juicio del Dr. Von Braun y esperar que sus esfuerzos no fueran en vano. Sólo el tiempo diría si Łódź valdría la pena.

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